Elaborado por Vanessa Villarreal, investigadora del FAIR Center.
Estamos viviendo tiempos de un punto de inflexión como sucedió después de la gran crisis de 1929 cuando en Estados Unidos de América se presentó la iniciativa e implementación de nuevas reglas de contabilidad y de la figura del auditor debido a que era imperante la necesidad de ofrecer transparencia en cómo se calculaban las utilidades que eran generadas por las empresas públicas y bajo qué criterios.
Después de casi 100 años, el requerimiento de revelación y transparencia es necesario no solo en términos financiero y de gobernanza, sino a nivel sistémico de cómo es el impacto de las compañías ante la evidente crisis de recursos naturales y sociales que deben ser tratados con justicia ambiental y social.
Se están gestando iniciativas de requerimientos de revelación y presentación de información en las que se indique con claridad la integridad social y ambiental de las empresas al presentar su efecto a los diferentes participantes del proceso de negocio, donde los clientes quieren adquirir productos y servicios de calidad con valor, los empleados trabajan por sueldos razonables y estables; los inversionistas tienen interés no solo rendimientos financieros, sino que esos sean sostenibles en el largo plazo; los proveedores buscan en negociaciones justas y obtener certidumbre recíproca; la comunidad necesita contar con salud, seguridad y desarrollo económico y el gobierno requiere impuestos y crecimiento en el producto interno bruto.
Tomando esto en cuenta y que es evidente que los consumidores están viviendo un cambio en sus preferencias de compra, donde eligen productos de compañías que compartan sus valores, la visión de inversión en el largo plazo tiene una sincronía con la claridad y transparencia del impacto de las empresas en todas las aristas de la cadena del ciclo de negocios.
La reflexión en estos temas ya ha sido tratada previamente, por ejemplo, en el libro la teoría de los sentimientos morales del economista Adam Smith, presentó la capacidad de los seres humanos de actuar por prudencia, justicia y benevolencia y en su publicación de 1776 las Riquezas de las Naciones habló de la mano invisible de los mercados, indicando la dimensión social al describir cómo el afán de lucro de todos redunda en el interés colectivo.
Podemos percibir que en el siglo XXI vivimos una mezcla de ambas publicaciones, donde desde la decisión personal de buscar el crecimiento sostenible, se observa colectivamente la búsqueda de cuidar el provecho financiero general incluyendo su impacto en el medio ambiente y social.
Los grandes gestores de inversión tienen iniciativas donde el eje central del enfoque de la decisión está sostenido en la sustentabilidad para la formulación de carteras y gestión de riesgos. Entendiendo que solo teniendo un propósito y que este tome en cuenta a todas las partes interesadas, se pueden tomar elecciones de negocio que le permitan permanecer en el largo plazo, si bien, es posible obtener beneficios financieros rápidos con decisiones comerciales arbitrarias, sin compromiso o que no respeten la integridad, eventualmente, esto se verá reflejado en la anulación de la creación de valor.
Por 50 años, la medición del riesgo fue una métrica fundamental para crear portafolios de inversión con diversificación suficiente para incrementar los rendimientos considerando capital de economías centrales, mercados emergentes y capital de riesgo bien ponderados; la adición del criterio de incluir el efecto medioambiental y social como puntos de inflexión, está transformando las decisiones de inversión incluyendo el beneficio para las personas y el planeta con impacto positivo.
Entendemos que el impacto social trabaja el bienestar de la comunidad y los individuos en una vida productiva con progreso auténtico de calidad en educación, salud, trabajo digno, entre otros.
El impacto medioambiental busca cuidar las consecuencias de la actividad empresarial en el planeta, al preservarlo para beneficio de las generaciones futuras, generando criterios resilientes para una adecuada administración de los recursos de forma sostenible.
No hay vuelta atrás, nuestra sociedad requiere que el centro del sistema económico busque no solo fomentar la productividad y ser lucrativo, sino que esto debe ser coherente con la consideración del impacto en los riesgos ambientales y sociales; en palabras de sir Ronald Cohen en su publicación Impact, estamos transitando de solo considerar la relación riesgo vs. rendimiento como criterio de decisión de inversión a la relación de riesgo vs. rendimiento vs. impacto en los negocios e inversiones.
Si queremos observar rendimientos sostenibles en el largo plazo, estos deben ser creados por empresas transparentes en sus decisiones de operación que busquen crear y dar continuidad sustentable cuidando el alcance y repercusión de sus elecciones a su entorno en todos los niveles.
Solo las empresas resilientes, fortalecidas y con visión de propósito transitarán esta adaptación en las oportunidades que generarán valor a los inversionistas que busquen el bien común con alcance generacional. Es tiempo de medir el impacto y lograr un futuro mejor.
Publicado originalmente en El Financiero.