Por Adriana García, investigadora del FAIR Center.
El dinero es parte de nuestra vida cotidiana, de manera directa o indirecta, necesitamos dinero para comer, vestir, tener una vivienda e incluso para acceder a algunas formas de diversión, como ir alcine o salir a cenar. Administrarlo es, por ello, vital.
Ahí es donde entran en juego las finanzas. Más que un tema macro, de empresas o naciones; las finanzas tienen una implicación personal que impacta directamente en nuestra calidad de vida, y ocuparnos en ellas es nuestra responsabilidad, independientemente de nuestros ingresos, gastos y metas.
Unas finanzas personales saludables contribuyen a nuestro bienestar: nos permiten tomar mejores decisiones sobre cómo usar nuestro dinero, alcanzar nuestros objetivos de vida y vivir con más tranquilidad. Por el contrario, unas finanzas poco saludables nos generan estrés, incertidumbre y miedo, y nos alejan de lo que realmente necesitamos y queremos.
Uno de los factores que más influyen en nuestra salud financiera es la capacidad de controlar nuestros gastos, por ejemplo, mediante su registro y un presupuesto. La Encuesta Nacional de Inclusión Financiera del 2021 indica que solo 2 de cada 10 adultos en México realizan lo referido. Estos datos, aunque son alarmantes, no son del todo sorprendentes: es fácil encontrar alrededor nuestro a esas 8 personas que no controlan o registran sus gastos (y quizá una de ellas nos mire desde el espejo).
¿Por qué es esta nuestra realidad?, ¿Por qué tenemos estos comportamientos? Existen diferentes enfoques para responder a estas preguntas, pero vale la pena enfocarnos en un aspecto que suele dejarse a un lado cuando hablamos de la salud financiera: las creencias.
Lo que creemos genera emociones, las cuales nos llevan a acciones y con base en estas creamos nuestra realidad. Las creencias que tenemos sobre el dinero, las finanzas, el presupuesto, los gastos, etc., son distintas para cada persona, aunque si las compartiéramos seguramente encontraríamos que muchas son similares, porque han sido desarrolladas de forma colectiva en nuestra sociedad y cultura.
Como ejemplo, podemos pensar en una serie de creencias como “hacer un presupuesto es muy difícil, porque implica muchos números y una hoja de cálculo. Los números nunca han sido lo mío y menos la tecnología, seguro que no lo haré bien”. Estas creencias generan miedo simplemente por pensar en hacer algo difícil y en un posible fracaso. El miedo naturalmente invita a alejarse y huir de su fuente. Por lo tanto, decidimos no hacer un presupuesto, lo que trae consecuencias para la salud financiera.
Una característica de las creencias es que generalmente son inconscientes, es decir, no sabemos que las tenemos. La buena noticia es que si nos detenemos a explorar nuestra consciencia, podemos identificarlas, cuestionarlas, e incluso cambiarlas. Por ejemplo, podemos hacernos estas preguntas: “¿Hacer un presupuesto es realmente algo difícil o es lo que he escuchado de las demás personas?”, “¿Realmente implica muchos números o solo sumas y restas?”, “¿Me he tomado el tiempo para aprender a hacerlo?”, “¿Y si pudiera hacerlo con papel y lápiz en lugar de usar una computadora?”, “¿Qué pasaría si lo intento?” y “¿Cómo me sentiría si lograra realizarlo y mejorar mis finanzas?”.
Pequeños cambios pueden tener grandes implicaciones en nuestras vidas, en este caso, en nuestras finanzas. Y aunque trabajar en nuestras creencias pueda no ser suficiente para cambiar toda nuestra realidad, sí puede ser ese primer paso que nos permita lograrlo. Vale la pena intentarlo, porque recordemos que el dinero está y estará presente en nuestras vidas y de nosotros depende cómo lo administramos.
Publicado originalmente en Infobae.